jueves, 23 de marzo de 2017

El perfume- Columna de reseña



Hay libros que despiertan emociones nobles y aspiraciones elevadas; otros, nos conectan con nuestra fuerza interior, o nos llevan de viaje por la historia, o analizan el presente críticamente, en fin. Sin embargo, hay creaciones literarias que, sin atender al contexto en que estén ubicadas, nos proponen un viaje por la belleza desde perspectivas aparentemente poco éticas y de una forma que desgarra nuestras convenciones; creo que la novela “El perfume”, del alemán Patrick Süskind, es una de ellas. Cuando enfrenté su lectura, aconsejada por mi maestro de literatura de aquél entonces, creía que enfrentaría una historia clásica en la que el personaje sería uno de aquellos para enamorarse románticamente. Nada de eso. Las primeras imágenes que evocan las páginas iniciales de la novela, son un dibujo deprimente de las clases bajas de la Francia del siglo XVIII, antes de la revolución. El tono naturalista de la historia hizo que me preguntara en qué momento aparecería la belleza anunciada por quien me recomendó la lectura. Descubrí, de inicio, que la belleza surgiría de atrás de los rostros más horrendos de la condición humana, de lo degradante y pernicioso. Así fue. El personaje principal, abandonado, marginado y sometido a la explotación y el castigo, despertó en mí una profunda compasión; pero conforme fui acompañando al personaje en el descubrimiento y el desarrollo de su virtud, oler lo que ningún otro humano podía, experimenté la sensación de que yo misma abría mi sentido olfativo a una experiencia sensorial memorable. Tal vez sin la intención de ser didáctico, el autor nos presenta a un ser humano degradado, que dentro de su cruel condición descubre una cualidad que la pondera como el motor de su existencia; y es así, con su olfato prodigioso que todo captura como si fuera un sabueso, menos el olor de su cuerpo porque no existe, que logra escalar hasta convertirse con el tiempo en un ser afamado y, en cierto modo, idolatrado. Pero él no busca fortuna ni lugar privilegiado entre la sociedad de su tiempo; lo que pretende es culminar la obra artística de su vida: elaborar el perfume más exquisito que le permita, incluso, someter a los demás a sus designios, romper los paradigmas de la triste vida de los hombres y llevarlos, a través del olfato a trascender más allá del peso de la moral, las convenciones, las leyes y las virtudes aceptadas como tales. Pero eso lo logra solamente a través del crimen y, paradójicamente, del amor, del amor expresado en la única forma en que él es capaz, el asesinato del objeto amado, como acción necesaria para ser el dueño absoluta de la belleza que la mujer elegida encarna. Y de ese amor desviado pero a fin de cuentas humano, surge el perfume que buscaba, la esencia única que concentraba y era capaz de provocar todo los que un pobre mortal pudiera desear: las fantasías, los sueños, el placer, la comunión perfecta con los otros, la ruptura de cualquier moral que apresa nuestros anhelos libertarios.
De la soledad, del odio de los demás y el odio a los demás, de su condición de ser marginado y de un deseo de venganza; de sus cicatrices, obtenidas en los años en que trabajó como bestia, de su fealdad, pero sobre todo, de su maravilloso don para descubrir cómo extraer del cuerpo de las mujeres hermosas el perfume más exquisito, Jean-Baptiste Grenouille logra la perfección absoluta de su arte, el que se consolida cuando conoce a Laura Richis, de cuya piel, después de esperar que creciera y perseguirla hasta donde ella huyó con su padre, guiado por el olor que la mujer emanaba, extrae el mayor aroma que lo arroba después de matarla. Con este crimen perpetrado después de muchos otros, Grenouille, la Rana, alcanza el máximo grado de su arte. Es tomado preso más tarde, pero para él no importa nada, su objetivo de vida estaba logrado. Después de que evitó ser torturado hasta la muerte y de que logró someter a diez mil personas a través de su perfume conduciéndolos a una orgía y mostrando su poder sobre ellos, se dio cuenta que no era amor lo que necesitaba, que el odio a los demás y a sí mismo lo hacía sentir mejor. Su final es igual un acto amoroso que una escena de belleza perversa en la que la maldad deja de existir; queda sólo la imagen de hombres y mujeres desolados que creen haber tocado lo divino en el acto más despreciable de su existencia: devorar hasta reducir a nada a Grenouille.

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