En pocas ocasiones en la historia, han surgido personajes
que dejaron una huella importante en la sociedad de su tiempo en el devenir
posterior. Jackie Kennedy no solamente es conocida por haber sido la esposa de
John F. Kennedy, ex Presidente de los
Estados Unidos, sino también por convertirse en un ícono de moda, inteligencia
y elegancia para la mujer de los años 50´s y 60´s.
En una época dónde la mujer recién había conquistado el
derecho al voto y la libertad de género era apenas palpable, Jackie buscó dejar
de ser la sombra de su marido, un hombre carismático y lleno de poder, y se
empeñó por lograr ser vista y reconocida por su calidad como mujer, su
inteligencia y su carisma. Cosa que logró durante y después del mandato
presidencial de Kennedy.
Jackie votó por primera vez en noviembre de 1960, en las
elecciones para elegir al Presidente de los Estados Unidos, en las cuales John
F. Kennedy se postulaba para el máximo cargo de su nación.
“Su ropa y su peinado son una obra maestra de premeditada
sencillez” escribió el New York Times. Jaqueline rompió con los paradigmas de
la típica mujer americana de finales de los años 50´s; las curvas, los grandes
pechos y el pelo rubio fueron desplazados por la elegante belleza, la gracia y
la figura alta y delgada de la primera dama. Esta mujer representó un ícono de
la moda de su época y su influencia en las mujeres fue tan poderosa que
comenzaron a imitar su peinado, su manera de vestir y su estilo. Su traje rosa
de Chanel, que decidió no quitarse después del momento en que ocurrió el
asesinato del presidente Kennedy, se convirtió en una estampa nacional de dolor
y tragedia. La escena maestra de Larraín: Jackie se observa fijamente al espejo
en medio de una crisis de llanto, miedo y angustia, mientras intenta limpiar
los rastros de sangre de su traje color rosa Chanel.
Jackie era una mujer inteligente que disfrutaba del arte y
la cultura, cualidad estética que también apreciaría su marido, John. Considero
que fueron de los pocos presidentes de Estados Unidos que estuvieron
interesados en fomentar el intelecto, el arte y la cultura. A sus reuniones en
la Casa Blanca invitaban a músicos y artistas reconocidos, cómo el compositor
Stravinski; representaban obras de teatro de Shakespeare y proyectaban
películas Italianas de Truffaut y Federico Fellini. Jackie era amante de la
historia y la moda, y en 1962 lanzó el proyecto de redecorar la Casa Blanca,
lugar que consideraba espantoso y frío. Para esto colocó muebles antiguos
auténticos de la época y vistió las paredes de la elegante mansión con retratos
originales de ellos y de presidentes anteriores.
Jaqueline comenzó a brillar cuando en 1962 se transmitió el
primer tour televisivo por la Casa Blanca. Este fue el primer paso para captar
la atención del mundo y conquistar la nación norteamericana. Ella fue la
anfitriona de las cámaras y de los medios de comunicación, conquistó a la
audiencia con su porte sencillo y reservado. El cineasta chileno es capaz de
convencernos a través de su lente y de la gran actuación de Natalie Portman. El
realismo de la escena en la película es sorprendente; el Director logra
retratar a la perfección la naturaleza de esta mujer que fue obligada a presentarse
ante las cámaras y frente a un grupo de administradores del gobierno, forzada a
sonreír y capaz de enfrentarse al engañoso “mundo de las apariencias” de la
política.
Jackie no solamente tuvo que soportar el gran dolor y el miedo
que le causó la muerte de su marido, se vio obligada a evolucionar de golpe y
lidiar con el desconsuelo y la soledad, con una templanza que no cualquier
mujer hubiera tenido en esas circunstancias. Defendió el legado político de su
marido y se hizo cargo por primera vez en su trayectoria como primera dama, de
las decisiones que acontecerían en su vida política y pública a partir de ese
momento. Larraín acompaña a Jaqueline desde sus caminatas por los pasillos de
la Casa Blanca, hasta el momento en que se convierte en la “viuda de América”;
invadiendo la intimidad de los personajes y retratando la vulnerabilidad de los
mismos en escenas llenas de realismo, fuerza y dramatismo.
Cada escena rodada se convierte en un camino hacia las
entrañas de los personajes, filmando con gran pulcritud y detalle cada
elemento, con un buen diseño de producción y vestuario, pero sin dejar a un
lado la parte histórica, recreando las escenas que hicieron historia en los
Estados Unidos y el resto del mundo.
La obra recorre la intimidad de los personajes y utiliza
como principal elemento narrativo el juego de las emociones. Logra plasmar a
través de las personificaciones los fuertes sentimientos, reacciones y
comportamientos que experimentaron los personajes allegados al presidente John
Kennedy después de su terrible asesinato. Larraín logra capturar la esencia de
los acontecimientos y de los personajes a través de varias tomas en close up. Gracias a estas el director
logra capturar los gestos, las emociones y sentimientos de los personajes,
desde los más nimios, hasta los más profundos.
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